Carlos Gardel figura emblemática de la música ciudadana nació el
11/12/1890 en Toulouse Francia, hijo de Berthe Gardes de profesión planchadora y de padre desconocido o en
discusión; 3 años después llegaron a Bs. As y los primeros años del siglo lo
encontraron cantando por los cafés del Abasto. En este país decir que alguien
es Gardel significa reconocer como lo mejor en lo suyo. Por algún lado debe
andar la explicación racional de la persistencia de la devoción popular o de la
supervivencia de Gardel en la idolatría popular. Quizás ha quedado traspapelada
en el archivo nacional de preguntas sin respuestas, de esos cuestionamientos
existenciales con los que los argentinos desayunamos cada mañana.
Han pasado 80 años desde la catástrofe de Medellín, aquella tontería de
la historia. El avión en el que se disponía a viajar según palabras de José M
Aguilar, (único sobreviviente del accidente) había sido adquirido en
Norteamérica y efectuaba su primer vuelo; luego del choque, según Aguilar,
Gardel yacía inmóvil sin vida sentado en los primeros asientos.
El 5 de Febrero de 1936, la muchedumbre de Buenos Aires, velo el ataúd
con sus cenizas en el Luna Park y al día siguiente por la calle Corrientes, lo
volvió a acompañar. Calle tan amada por el zorzal. En la Buenos Aires de hoy,
solo la humedad y la nostalgia constituyen un hilo común con aquella otra de
las décadas del 20 y del 30. Ni la palabra, el honor, el amor, el odio o los escrúpulos
son los mismos y hasta el machismo de ese entonces es hoy una entidad de
descarte. Gardel y sus tangos, Gardel y sus películas, Gardel y “su pinta”
hacen que muchos pretendan modelar en el al arquetipo de nuestra nacionalidad.
Detrás de las aventuras del Gardel del palco, el disco y el cine, de la
montaña de mentiras inventadas por algunos y de anécdotas creíbles o apócrifas
por ellos, más allá de todo, persisten misterios insondables.
Las fabulaciones sobre su sexualidad, sobre limites fronterizos con el
delito menor en los tiempos del Abasto, las grietas informativas alrededor de
los motivos de la catástrofe en suelo colombiano, resultan sin embargo, menos
atractivas para el argentino –sobre todo para el porteño- convencidos –no sin razón-
de la verdad es, a veces, menos importante que la leyenda.
Entre aquella Argentina de Gardel, y la Argentina de hoy, median mil
desventuras y centenares de ilusiones enterradas en el rincón de los recuerdos
muertos. Hasta es comprensible que aceptar la prosperidad del presente, fijemos
la vista en Gardel y en esa Argentina que, de alguna manera es suya, rebosante
de esperanza.
Y será licito que demos manija a cualquiera de sus discos para creernos,
como buenos argentinos, que también somos dueños de su inspiración. Y Gardel
contestara cantando, como un barrilete hundido en la memoria, para responder, remontándose
como él, en la emoción popular y responder, con solo poner tenso el hilo de su
voz y como dijo Abelardo Castillo, “mas que un hombre fue y es un sueño
colectivo”.
Dr. Nelson Coronel para el Ateneo Arturo Jauretche
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