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En este nuevo 5 de marzo la figura del
Comandante y el ejemplo que supo darnos refuerzan la necesidad de redoblar la
solidaridad con Venezuela, jaqueada por la guerra económica y en clima de golpe
latente por parte de la oposición escuálida y la injerencia estadounidense.
Por Carlos Aznárez*
Contundente a
la hora de tomar decisiones, sobre todo aquéllas que tenían que ver con los
intereses de su querida Venezuela. Apasionado y entusiasta en la defensa de los
más humildes, a los que dedicó todos y cada uno de los días de su mandato.
Procurador de la unidad para golpear todos juntos al Imperio, algo que demostró
no sólo en la política interna sino en la doctrina que sentó a nivel de
Latinoamérica y el mundo. Cerebral y con los pies en la tierra cuando se
trataba de abrir las puertas al debate -incluso con sus enemigos más feroces- y
a la hora de formular ideas que permitieran acercar posiciones que estaban en
las antípodas. Se trata de Hugo Chávez, a quien en este segundo aniversario de
su paso a la eternidad tanto extrañamos.
Forjador de
las armas más potentes para enfrentar los embates de los Bush o los Obama, esas
que no se cargan con balas sino con el desarrollo de una conciencia sólida y
vital, recogida de la historia de lucha de nuestros pueblos. Sólo él y nadie
más que él tuvo la lucidez para darse cuenta que había llegado la hora de
enrrumbar al continente hacia la Segunda Independencia que tanto se nos ha
negado, y que aún sigue siendo una asignatura pendiente. Rescatador de nuestros
próceres y hacedores de gestas, a quienes extrajo del mármol o el bronce y
convirtió en actores de inusitada vigencia. Bolívar, San Martín, Sucre,
Manuelita Sáenz, O’Higgins, Guacaipuro, Túpac Amaru, Simón Rodríguez, Sandino,
Evita Perón y por supuesto, al Che Guevara. Con ellos en la mochila, convocó a
rescatar la Patria Grande de la manos hechas garras del Norte brutal. Denunció
el azufre derramado por Bush en la tarima de la ONU y le pegó un soberano
patadón en aquellos días gloriosos en que el ALCA fue demolido por él y un
grupo de presidentes que lo arroparon. De Chávez, hablamos. ¿De quién otro, si
no?
Pensando en
los niños y niñas, en los ancianos y ancianas, en los condenados de la tierra
(este Comandante feminista y antipatriarcal introdujo el lenguaje de género en
la política, como nadie antes lo había hecho), le dio fuerza a las Misiones y
las convirtió en imprescindibles a la hora de desarrollar su gestión. Eludió
las burocracias ministeriales y como si fuera un conejo que el mago saca de la
galera, entregó a su pueblo la posibilidad de alfabetizarse a pleno, de obtener
atención médica gratuita con la Misión Milagro, de la mano de Cuba solidaria.
Posibilitó acceder a los más pobres, por primera vez en décadas (o en siglos) a
las Universidades. Las Misiones se convirtieron en río correntoso y en bandera
de enganche de las grandes mayorías: viviendas para todos y todas, el Mercal alimentario
para romper con las cadenas de la intermediación, la Misión Música, el Banco de
la Mujer, la práctica deportiva en los barrios, la Misión Ciencia, o la Che
Guevara (de formación socialista), la Misión Negra Hipólita, o la de las Madres
del Barrio. No alcanzarían los días del año para enumerarlas, y a todos ellas
el Comandante les imprimió su impulso personal, su sapiencia y sus horas sin
dormir para que se hicieran realidad. A Chávez Frías, el nieto de Maisanta,
guerrillero montaraz, recordamos en estas apretadas e insuficientes
líneas.
Hijo
proclamado de Fidel, junto a él plasmaron un huracán que recorrió el continente
derramando ideas, fuerza, sabiduría y esa particular forma de recrear la
política sin especulaciones de ningún tipo. Al son de semejante duo nació el
ALBA, dotando a Latinoamérica y el Caribe de una herramienta eficaz para
impregnarse de solidaridad, espalda con espalda. Pero no sólo eso, sino que
supo mostrarle al mundo que a los gringos se les podía hablar de igual a igual,
sin titubeos ni sumisiones, como había venido ocurriendo hasta que las naciones
afro-indo-americanas recuperaron su autoestima y se echaran a andar. Esa fue su
primera hazaña, pero luego fue por más, y ayudó (con una paciencia invalorable)
a construir la CELAC y la UNASUR, juntando a todos -de derecha a izquierda-
pero sin el tutelaje norteamericano que les marcara el libreto. Chávez lo hizo,
y su huella fue recorrida por otros como él, nacidos de las luchas en Bolivia,
Nicaragua, Ecuador y tantos otros sitios.
Impecable a la hora de hablarle al pueblo con la verdad.
Maldiciendo al tutelaje yanqui, o sacudiéndose de encima a los diplomáticos
sionistas, agresores de Palestina ocupada. Con una lenguaje didáctico, le fue
explicando a su propia gente que había que mantenerse alerta contra los
golpistas de adentro y de afuera. Lo planteó, recordando su propia experiencia
en aquél fatídico 2002 de la matanza de Puente Llaguno, su secuestro en La
Orchila, el rescate por parte de quienes bajaron de los cerros a demostrarle su
amor y lealtad, el golpe petrolero y su propia decisión de radicalizarse al
máximo para no darle la otra mejilla a sus enemigos. En verdaderas asambleas
populares de casi dos millones de almas, supo dar las indicaciones precisas
para que las milicias empezaran a ocupar un espacio necesario, pero también
valoró el papel meritorio que en el proceso revolucionario han venido jugando
las Fuerzas Armadas, que bajo su mando se restearon junto
a los bolivarianos de a pie. Hugo Chávez, ha sido el motor fundamental de tales
hazañas.
Ahora que su
legado ha sido recogido por millones en el mundo, y que su compañero de tantas
luchas, Nicolás Maduro, preside el país con coraje y una lealtad
indiscutible, es hora de que redoblemos el homenaje a quien indudablemente, cayó
combatiendo, en una patriada de "victoria o muerte". Qué otra cosa
fueron esos días de pelea a brazo partido con ese cáncer que le quemaba el
cuerpo pero no le hacía retroceder en su fuerza ideológica y discursiva. Quién
no recuerda, sin que se le erice la piel, aquella tarde caraqueña del 4 de
octubre de 2012, cuando bajo un verdadero diluvio, el Comandante se trepó al
palco y ante una multitud increíble gritó ¡Viva la Revolución!, y convocó a
hacer el esfuerzo final para obtener el triunfo en las elecciones cercanas. El
palo de agua que caía sobre su enorme figura no logró arredrarlo, tampoco pudo
con él la brutalidad del dolor que le provocaba la maldita enfermedad que nos
lo arrebató meses después. Sacando fuerzas de su amor por aquella marea roja que
lo escuchaba extasiada, agitando banderas y cantando consignas, Chávez habló
para la posteridad y proclamó el triunfo contra la oligarquía y el Imperio. Ese
era su estilo y su práctica. Poner el cuerpo hasta las últimas consecuencias.
En este nuevo
5 de marzo, la figura del Comandante eterno Hugo Chávez y el ejemplo que supo
darnos, refuerzan la necesidad de redoblar la solidaridad con Venezuela
Bolivariana, jaqueada por la guerra económica y en clima de golpe latente por
parte de la oposición escuálida y la injerencia estadounidense. Hoy Chávez
convoca otra vez a dar batalla, Maduro y el pueblo que no olvida ni perdona a
sus enemigos de clase, serán los ejecutores de una nueva gesta
antiimperialista, en la que el continente se juega su futuro.
Fuente: Agencia Paco Urondo, para el Ateneo
Arturo Jauretche
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