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Un 27 de Marzo de 1901 en una casa del
barrio de Once, nació un niño al que le pusieron como nombre
Enrique Santos… Eran cinco hermanos. Era muy pibe cuando se
les murieron su madre y su padre, quedando huérfano a los 9
años y de chico se hecho a andar en las calles buscando un
“pecho fraterno”, ese afecto que la vida le había negado casi
desde un principio, lo crío su hermano Armando, a los 16 años
ya era actor, y a los 17 años autor teatral.
En 1919 la semana trágica de Enero lo
golpeo duramente y lo marco para siempre y sobre el cortejo de
los obreros asesinados por la bárbara represión, el arrojaba
flores rojas en homenaje al levantamiento obrero anarquista
contra la opresión patronal. En el teatro y en la poesía busco
tesoneramente donde volcar su pasión. En ese mundo de la
cultura europeizada donde reinaban los “pitucos” de la calle
Florida, el no pudo levantar su voz, una voz nutrida del drama
popular.
Hasta que un día encontró en el tango la
posibilidad de expresar esos sentimientos que lo inundaban.
El tango no como lamento ni tampoco como
acuarela del suburbio, sino como testimonio, como radiografía
implacable de una sociedad injusta y corrupta; eran los
tiempos de la década infame cuyo nefasto periodo termino con
el ascenso del peronismo un 17 de Octubre de 1945, como sujeto
histórico de transformación. El es un poeta en grande pero
para serlo, se ha transformado en juglar tangero. En sus
versos quedo registrado el triste destino de un país que no
controlaba su presente, saqueado sin horizonte ni dignidad.
Discepolo tuvo esa inteligencia y capacidad
para reflejar en el tango, en la poesía y en el arte, las
emociones y sentimientos de los demás, como así también la
osadía de interpretarla en la reflexión y el accionar
político, por ejemplo en la obra Mateo, recoge el drama de los
inmigrantes y su frustración arrinconado en los conventillos y
la protesta anarquista, apareciendo el verdadero rostro del
país sometido como en la crisis de 1929 y que otros
intelectuales no reflejan ya sea por indiferencia o sumisión.
Los dueños del poder echaron a correr el rumor de que el era
triste, escéptico, sombrío. El solo dijo “la miseria no la
invente yo, solo la describo…”.
Y así ocurrió que cuando vinieron épocas de
pleno empleo y gran consumo popular, el ya no escribió mas
tangos tristes, se dedico al teatro, al gremialismo hasta que
un 23 de Diciembre de 1951 se fue “pa`l silencio”, como decía
otro de los grandes: Atahualpa Yupanqui. Pero quedaban sus
testimonios, sus versos, su acusación para toda época en que
el pueblo sufra explotación y pobreza.
“Te duele como propia la cicatriz ajena…”
Por Nelson S. Coronel para el Ateneo Arturo Jauretche.
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